Es medianoche, un niño huye por las calles del Cusco. Le han dicho que para volar debe ponerse cáscaras de naranja en los dedos de los pies. Se apresura en hacerlo, empieza el vuelo. Atrás queda el monstruo que lo acechaba. Desde las alturas contempla la ciudad, el mundo más amplio que se va abriendo ante sus ojos. Pero el monstruo también se ha puesto cáscaras de naranja en los pies y de nuevo lo persigue. Pánico. El niño abre los pies, pierde las cáscaras, comienza a caer, mecido por el viento. De repente, despierta. Todo ha sido un sueño.
Es mediodía, más de ochenta años han transcurrido desde entonces. En la fortaleza de Saqsaywaman, Alberto Quintanilla comparte ese sueño de una manera más chispeante, con su don extraordinario de narrador oral, formando palabras y atmósferas también con las manos. Así podemos ver al niño corriendo por la calle Nueva Alta, pelando la naranja que le dará alas; podemos sentir su miedo, aspirar el aroma de la fruta, escuchar el viento. Quintanilla es el niño; él es el sueño. Con el arte que brota de sus manos, conjura demonios y vuela a través del tiempo.
Al contemplar los dibujos y bocetos que con lápices, acuarela o carboncillo trazó en blanco y negro sobre papel (en servilletas, cartulinas, cuadernos), una se pregunta si aquel niño soñaba en colores, o si aquellos primeros sueños emergieron con los trazos más básicos de la luz y las sombras, como si fueran ejercicios para entrenarlo en las alturas y abismos de la vida que empezaba a conjurar, interpretar, interpelar.

En aquel paseo por Saqsaywaman, con garúa, Quintanilla también nos contó que el monstruo de aquel sueño —o pesadilla— era una mujer cuyo rostro estaba permanentemente cubierto por un velo. La llamaban «la sifilítica» y habitaba el Cusco de su infancia. La gente decía que había que mantenerse lejos, porque si mostraba su rostro lacerado, el testigo caería muerto. El niño imaginaba que detrás de su velo habría otras historias y verdades, pero igual le aterrorizaba, acaso porque intuía que esas otras verdades eran peores que una enfermedad y concernían a las gentes corrientes que a diario se cruzaban en su camino, con sus máscaras invisibles, con sus chismes y su doble moral, con demasiado polvo barrido bajo sus alfombras.
En ese Cusco de infinitas historias orales y abismales claroscuros, el niño Quintanilla siguió escuchando a todo aquel que, en quechua o castellano, pronunciara palabras que aparecían como llaves: a los secretos de la luz y la penumbra; a los chistes y la sabiduría de las picanterías; al mundo adulto que discurría sutilmente ante sus ojos; a los cuentos, mitos y sueños que intentaban explicar el sentido y los orígenes de las cosas. Desde temprano empezó a dibujar a gente y animales con dobles rostros, sino con máscaras, haciendo malabares y equilibrios, entre la tierra y la fuga.
¿En qué colores sueña hoy Quintanilla? En sus bocetos y dibujos sigue primando el lápiz, el carboncillo, el negro sobre blanco; en sus pinturas y esculturas el color, explosivo. Sus personajes se caracterizan por la hibridez, por el doble y el ser polifacético que nos evoca la incertidumbre, las dos caras de la hipocresía, el ser humano que no deja de ser animal, colmado de contradicciones, identidades fragmentadas, múltiples; así aparecen todas esas gentes, diablillos y faunas de doble cara, los hombres lagarto, las mujeres montaña, las jaurías de perros que no se sabe si juegan o si están en batalla, curas de rosario en mano y rostros demoníacos, o, más recientemente, seres humanos atónitos enfrentando con mascarillas el azote de una pandemia. Ha cumplido 90 años y sigue inventando, convirtiendo pesadillas en sueños, pepas de mango en pájaros. En toda su obra el niño Quintanilla ha persistido en su vuelo, jugueteando entre las piedras y el aire, entre la luz y los abismos.
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*Imprescindible escritora peruana. De sus muchos reconocimientos, consignemos el homenaje que recibió en el IV Encuentro de Escritoras Peruanas organizado por el ICPNA en octubre pasado y el Premio Nacional de Literatura 2022 en la categoría Novela por El año del viento (Seix Barral).