Lo que se vio en la tarde de ayer domingo 4 de septiembre, durante el clásico del fútbol peruano disputado en el estadio Alejandro Villanueva, fue un buen y justo triunfo de Universitario de Deportes.
Sobre fútbol se dicen muchas cosas, se discursea rico de sus bondades, del despliegue técnico, de las narrativas que se forjan días previos a los encuentros; con mayor razón cuando se trata de clásicos, en donde cada disputa guarda su historia peculiar y la de ayer, bajo todo punto de vista, la tuvo.
No hay que pensarlo mucho: Alianza Lima había preparado la fiesta. La estrategia era la siguiente: ganar por una diferencia de dos goles para propiciar el ingreso de Jefferson Farfán y que esta manera se despida del fútbol en aroma a gloria y multitud.
Pero no fue así, porque el técnico crema, Carlos Compagnussi, dispuso un sistema de juego partiendo de un principio: el buen nivel de los blanquiazules a contrarrestar por medio de contragolpes, aprovechando la velocidad y fuerza del delantero Alexander Succar. Es decir: el argentino hizo una lectura del estado emocional con el que Alianza saldría al campo. Para ello, aplicó una estrategia —ortodoxa— relativamente defensiva. En este punto, Compagnussi acertó: los locales estaban confiadazos.
Lo que sonaba como un rumor, se hizo realidad horas antes del clásico. Farfán estaría en el banco de suplentes a la espera de su cantado ingreso en los minutos finales del clásico. El Alejandro Villanueva abarrotado de hinchas locales a la espera de una goleada, que se anunció como tal en más de un tramo del primer tiempo, en el que fue evidente la soberbia de la creatividad aliancista (situaciones perdidas por Benavente y Concha), gris metáfora del equipo en su totalidad, actitud relajada que la U supo aprovechar y aguantar gracias a las destacadas atajadas del portero crema José Carvallo. (Todos querían hacer su gol en la despedida de la Foquita).
En los primeros tramos del encuentro (hasta los 20´), Alianza parecía que iba a someter a los visitantes, pero para ellos el empate a cero en el primer tiempo era su primer objetivo. La historia fue distinta en la segunda etapa, al punto que a los 8´de la segunda mitad la U puso el primero con el defensa central Leonardo Rugel —ingresó por Alonso a inicios de la primera mitad— tras centro de Cabanillas y participación de Quina, haciendo inútil el esfuerzo de Campos —el guardameta está distanciado del desempeño que le conocíamos.
Los dirigidos por Bustos, incluso con el marcador en contra, se sintieron seguros de empatarlo y voltearlo. Pero la U ya había encontrado su dinámica, la fuerza de la tradición que se potencia en los clásicos cuando Alianza entra en desesperación. Pasaban los minutos, Alianza se desmoronaba, Bustos ya estaba asustado, la dirigencia incrédula y Fárfán desde la suplencia daba señas de no saber qué hacer. Su tarde estaba siendo dinamitada por una confluencia de horrores que brotaban desde la propia interna aliancista.
El factor emocional/mental en el fútbol de hoy es tan importante como el despliegue físico. Lo que sucedió con Alianza Lima: los jugadores ya se imaginaban en una sesión de rompe y raja con la Foquita. Propósito que quedó desechado tras el penal de Succar anotado a los 34’ del segundo tiempo.
Pésimo Bustos al incluir a Farfán en la nómina de suplentes. Un gran jugador cuyo presente dista de ser aceptable debido a una seria lesión en la rodilla. Tremendamente mal la dirigencia por permitir su inclusión (¿fue solo error de Bustos convocarlo para el clásico?, ¿no hubo presión dirigencial?) y desaprobados los jugadores que manifestaron su peor versión (exceso de protagonismo, bajo rendimiento y desconcentración) contra el clásico rival, que supo manejar los tiempos, llegando a reivindicarse de la goleada de 4 a 1 sufrida por Alianza el pasado 17 de abril en el Monumental.
Merecido triunfo crema en Matute.