Que envuelto en la brisa parece decir:
El tenor extiende los brazos teatralmente y truena…
Sí, te quiero mucho, mucho, mucho, mucho…
La nota queda suspendida en el aire…
Tanto como entonces, siempre hasta el morir.
…
La última sílaba se extingue suavemente entre la ramada y estalla una salva de aplausos. El tenor agradece al público con una leve inclinación de la cabeza, la gente se acerca para tomarse un selfie con él. John Schofield es un trotamundos, alto como un basquetbolista, con una voz de trueno. El viernes 5, a las tres de la tarde, el tenor peruano interpretó cuatro arias, tres romanzas de zarzuela y siete entrañables canciones en medio de un semicírculo íntimo y creciente de transeúntes en el pasaje Santa Rosa, en la plaza de Armas de Lima. Con Rosa La Rosa en el piano y Nancy Salazar en el violín, sobre una tarima sencilla y suficiente, convirtieron el tiempo en armonía y el tumulto en sorpresa.

Schofield recorre el mundo a largas zancadas predicando lo que acababa de acontecer: llevar el teatro para representar óperas a la gente, no la gente al teatro. Los ojos vivaces de la tecladista Rosa La Rosa reflejan la audacia del acto; al cabo de una hora de generosa interpretación, sin más beneficio que aquel de polinizar las calles y plazas de nuestra ciudad con canto y encanto, una Muñequita linda de la compositora mexicana María Grever, la misma de Júrame. La ópera al aire libre fue de una belleza tierna y edificante. Una lágrima furtiva de ciudadanía en medio de la cotidianidad.

El espectáculo fue posible gracias al aval de Prolima, la Municipalidad de Lima y la asociación cultural OPerú y el apoyo económico de Colliers. En octubre, Schofield volará a Europa a cumplir con una apretada agenda de presentaciones en Viena, Lisboa y Zúrich —falta asegurar Estocolmo y Bratislava— con el mismo repertorio de canciones que ofreció generosa y gratuitamente en las calles de Lima bajo una tímida resolana.
Son las cuatro de la tarde, el concierto ha finalizado con puntualidad británica, los artistas administran los tiempos con gracia y profesionalismo. Levantan los bártulos, el violín en su estuche, el teclado en su carruaje, y caminan rumbo a la avenida Tacna para tomar un taxi. Un trío decimonónico bajo los balcones de Lima. El sonido profundo de un tambor interrumpe la conversación, revolotean espantadas unas tórtolas alrededor de la Piedra de Chaulischusco, también en el pasaje Santa Rosa, donde un grupo de personas se ha congregado para realizar una ceremonia de pago a la tierra. La brisa arrastra el olor a sahumerio. Rosa La Rosa afina el oído:
—Puno, dice. Es música de Puno. En el funeral de José María Arguedas (1969) la interpretaron.
¡Llevemos el teatro a la gente!, arenga el quijotesco personaje, caminando a grandes trancos entre las obras en Lima cuadrada. (MZD).
