Cuando uno piensa en Rodrigo Fresan, piensa de inmediato en una marca registrada. Esta sensación reaparece siempre que nos acercamos a los grandes autores que nos interesan. Imposible no registrar sus voces, sus mundos, sus convicciones, sus fobias, sus formas de leer. Así como pasa con Jorge Luis Borges, Roberto Bolaño, Carson McCullers, Franz Kafka, Annie Proulx, David Foster Wallace o con el indescifrable William T. Vollmann, pasa lo mismo con Rodrigo Fresán: se intuye que existe un planeta propio, el planeta Fresán.
Algunos de los libros que sustentan y solidifican este planeta son: Historia argentina, Jardines de Kensington, El fondo del cielo, La velocidad de las cosas, Melvill o esa demencial trilogía conformada por las novelas La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada, una exploración a ese extraño y simbólico horror del escritor imposibilitado de escribir.
Pero sobresale también otra variante que agiganta el planeta Fresán y, quizá, con mucho más placer para el propio autor: el Rodrigo Fresán lector. O consumidor. Tanto de libros, de películas y de música, como de series de televisión, de comics y de rarísima información fluctuante en la red. Tal vez el Fresán que más nos interese en este texto sea el Fresán lector, esa hecatombe de referencias literarias que, a través de sus ensayos, sus ponencias subidas a YouTube, sus entrevistas, sus prólogos, sus artículos y sus comentarios internos a las obras completas de clásicos norteamericanos, ha acercado tanto a la literatura a las nuevas generaciones como pocos lo han hecho en el siglo XXI.
A saber, Rodrigo Fresán no es el escritor que se guarda sus lecturas o descubrimientos, sino es más bien el escritor que comparte e invita a leer lo que acaba de hallar o redescubrir. Especialista en la tradición literaria gringa, ha conceptualizado incluso un sistema para seguir la ruta de eso que se conoce como “La Gran Novela Americana”, y presenta en diversos artículos y charlas algunos de los libros totémicos que marcan la partida de esta ambición literaria y, por los cuales, otras novelas orbitan constantemente a su alrededor: Moby Dick de Melville, La letra escarlata de Hawthorne, Las aventuras de Huckleberry Finn de Twain, Retrato de una dama de Henry James y Lolita de Nabokov.

Rodrigo Fresán parece saberlo todo de la literatura norteamericana. En más de una ocasión ha contado que cuando viaja al país de Scott Fitzgerald sus amigos estadounidenses se enfadan con él porque parece más enterado que ellos sobre las novedades editoriales en inglés que sobre las nuevas literaturas escritas en español. De ahí quizá esa afamada leyenda que corre entre nosotros, la cual cuenta que las editoriales gringas le envían los machotes de sus próximas publicaciones antes de que estos salgan a la luz. No sorprende. Solo eso explicaría la intimidante cantidad de reseñas y artículos que ha publicado sobre los libros de las nuevas promesas de la literatura norteamericana que en su momento no se conocían en español. Algunos ejemplos: Philipp Meyer, Marlon James, Tao Lin, Nicole Krauss, Ottesa Moshfegh, Jonathan Safran Foer, Colson Whitehead, Ben Lerner, Joshua Cohen, etcétera.
Pero no solo de novedades vivirá el hombre. Y eso lo sabe muy bien Rodrigo Fresán. Por eso entre sus lecturas resplandecen nombres que pueden hacer temblar a las naciones: Herman Melville, Emily Bronte, Scott Fitzgerald, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, William Faulkner, Juan Carlos Onetti, John Cheever, Dennis Johnson, Carson McCullers, Thomas Pynchon & Co., y así, ad infinitum. Lo que resulta admirable no es tanto la ingente acumulación de sus referencias, sino la forma como Fresán los lee a todos, pero en especial, la manera en que los comparte. Y esto porque Fresán no intimida jamás al que lo escucha o lo lee, al contrario, lo estimula siempre y lo guía a través de una escritura clara, cercana y divertidísima; pues cada vez que habla o escribe de los escritores que le gustan, es como si hablara o escribiera de sus amigos más íntimos o de gente que formara parte de su ADN.
Como lector obsesivo de John Cheever y de Carson McCullers, Fresán se ha encargado de prologar y comentar los cuentos completos de ambos, con una admirable erudición que no solo se detiene en la parte literaria de los autores, sino también en lo extraliterario: anécdotas, cotilleos editoriales, rencillas e información clasificada al que solo un fan con espíritu detectivesco puede acceder, pero sobre todo, compartir.

En esa misma sintonía tenemos el trabajo que hizo dirigiendo la colección Roja & Negra de Random House Mondadori, dedicada a la novela negra, en donde nos presenta a un grupo de narradores en pleno estado de gracia: Don Winslow con El poder del perro, Stephen Woodworth con Manos rojas, Michael Koryta con Esta noche digo adiós, Michael Marshall con Los muertos solitarios, David Thompson con Sospechosos, Simon Beckett con La química de la muerte y otros. Fresán los prologa a todos y expande sus territorios hasta zonas insospechadas. He ahí las virtudes de su yo lector.
Ya en este punto me gustaría proponer un ejercicio que hago cada vez que consigo libros de autores norteamericanos poco circulados en nuestro mundo hispanohablante: googlear el nombre del autor y el título del libro, junto a la keyword principal: Rodrigo Fresán. Estoy casi seguro que aparecerá por ahí un artículo, un comentario o una nota de Fresán compartiendo esa lectura. Me ha pasado con Jim Thompson, Richard Brautigan, Don Carpenter, Robert Stone, Ann Beattie, Tom Spanbauer, Joe Meno, etcétera. La pregunta que me hago entonces es: ¿sobre quién no ha escrito este tipo? O, mejor aún: ¿sobre quién escribirá próximamente?
Sea como fuere, pienso que, en cierto sentido, Fresán lee no solo para nutrirse como escritor, sino también para realizar una suerte de actividad evangélica brutal, compartiendo así con los más necesitados los libros sagrados que conforman su planeta. Se agradece la evangelización. La tribu seguirá creciendo. Y con eso basta.
(J. J. Maldonado).